Problemas que se repiten

Desde la segunda fundación de Buenos Aires, en 1580, la basura se constituyó en uno de los dolores de cabeza más agudos que debió soportar. Prohibiciones de arrojar residuos y animales muertos en la vía pública fueron moneda corriente durante la colonia y luego de la Revolución de Mayo. Pero nadie hacía caso, ni siquiera ante la amenaza de multas y azotes en la Plaza Mayor.

Recién en 1858, la autoridad puso en funcionamiento el primer incinerador, un rudimentario artefacto de hierro que podía transportarse hasta los basurales extendidos por todas partes. Pero los desperdicios fueron en aumento y no hubo más remedio que habilitar un lugar a orillas del Riachuelo para quemarlas a cielo abierto. Se situaba entre las actuales avenidas Vélez Sarsfield, Amancio Alcorta y Sáenz, y hasta allí llegó el «tren de las basuras», cuyas vías seguían la traza que luego formarían las calles Sánchez de Loria, Oruro, Deán Funes y Zavaleta.

Como el problema de acumulación de residuos subsistía, en 1899 se creó una comisión especial para que buscara un método más eficaz para eliminarlas, comisión que se expidió en 1904 recomendando la destrucción por el fuego en instalaciones adecuadas. Finalmente se probaron varios hornos de fabricación extrajera y la elección recayó en uno de la marca Baker de origen inglés. Una batería de 72 celdas fue inaugurada en 1910 en el mismo sitio de la quema.

Con el paso del tiempo, el basural volvió a formar parte del paisaje porteño y fue necesario estudiar la instalación de usinas incineradoras capaces de cremar grandes cantidades. El proyecto final contempló la construcción de tres plantas que siguieron en actividad hasta fines de 1976, hasta que la incineración de residuos en la Capital quedó prohibida definitivamente.

Al año siguiente se puso en práctica el sistema de disposición final de residuos: el «relleno sanitario», hoy en vigencia. Lo llevó adelante la Ceamse. Entonces, se acabaron los tachos de basura y los porteños se vieron obligados a embolsar sus desperdicios y sacarlos a la vereda por la noche.

Así, las soluciones siempre fueron detrás de los problemas, nada de planificación. Los contenedores plásticos y la separación de residuos es cosa reciente, y los resultados aún son inciertos.

El autor es escritor e historiador

Por: Ángel Prignano
La Nación

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