La Argentina Puede Ser Un Lugar En Donde La Biodiversidad Y La Economía Caminen De La Mano
El país tiene todas las condiciones para generar un modelo de desarrollo económico, certificado y sustentable, que aproveche, potencie y conserve su biodiversidad única.
“La edad de la Tierra alcanza los 4,5 billones de años. En apenas una fracción de ese tiempo, una sola de las innumerables especies que la habitan logró conquistarla: el hombre”. Así comienza el historiador Yuval Noah Harari su fascinante recorrido por la historia del hombre, al que titula “Sapiens: una breve historia de la humanidad”. En su conjunto, las “innumerables especies” a las que hace referencia Harari no son otra cosa que la biodiversidad.
Las Naciones Unidas declaró el 22 de mayo como el Día Internacional de la Diversidad Biológica. En esta fecha rendimos homenaje al conjunto de seres vivos que habitan la Tierra, y al complejo entramado de relaciones que existen entre ellos, y del cual no siempre recordamos que Homo sapiens –el hombre– es un componente más.
La vida en la Tierra precede al hombre. Las primeras especies emergieron hace casi cuatro mil millones de años, mientras que los humanos recién comenzamos a ser parte de ella, hace tan solo dos millones de años. Podría decirse que al principio nuestra aparición fue tímida. Tomábamos un fruto o una raíz para alimentarnos, un leño para hacer fuego, o una piel para vestirnos.
Luego de la revolución cognitiva y tecnológica iniciada hace 70 mil años, los humanos somos capaces de aislar medicamentos contra el cáncer de plantas, introducir genes para la resistencia a la sequía en cultivos, identificar anticuerpos en llamas que podrían protegernos de Covid-19, y estamos a casi nada de producir vacunas en tejidos vegetales. Todo ello se logró utilizando apenas el 1% de la biodiversidad del planeta.
Pero también sabemos que esa revolución impactó en la biodiversidad de forma negativa, y que en el último siglo su degradación llegó a tal punto que hoy se calcula que un 20% de las especies vivas del planeta se han extinguido, o están en peligro de hacerlo. Si logramos hacer tantos descubrimientos en una proporción tan pequeña de la biodiversidad ¿cuántos secretos aún tendrá guardados? Y más importante todavía ¿cómo hacemos para desentrañarlos sin destruir a la misma diversidad biológica que los alberga?
Uno de los caminos posibles es la puesta en valor la biodiversidad ¿Acaso no acabamos de mencionar todos los productos y servicios que se obtienen de ella? No necesariamente, porque estos desarrollos no siempre tienen en cuenta el valor intrínseco del concepto de “ecosistema” dentro de los productos. En otras palabras, un producto por definición no debería existir si no está acompañado del concepto de “preservación de la biodiversidad”.
En la Argentina tenemos una gran diversidad de ecosistemas, entre los que se incluyen el Parque Chaqueño, las Yungas, la Selva Paranaense y el Bosque Andino Patagónico, que en su conjunto albergan unas 10.000 especies de plantas vasculares, 250 especies de reptiles, y unos 400 de mamíferos autóctonos. Sin embargo, hasta hoy son muy pocas las especies que han sido puestas en valor desde el punto de vista económico.
En nuestro país contamos con las capacidades científico-tecnológicas y el entramado productivo necesario para transformar esa biodiversidad en productos innovadores para el mundo. Productos que no sólo hablan de la naturaleza y cultura del país, sino que sus propiedades y métodos de producción están validados científicamente. Además, tienen un alto valor agregado y un impacto social positivo en las regiones de donde provienen esos recursos genéticos. Pero, sobre todo, tienen un impacto positivo sobre la biodiversidad.
¿Quién dijo que el desarrollo económico debe atentar contra la biodiversidad? Viajando por el país he descubierto que se elaboran vestimentas con fina lana de vicuña, una actividad que impulsó la recuperación de las poblaciones silvestres de ese animal en la puna jujeña; productos para el cuidado capilar que promueven el manejo sostenible de los jarillares riojanos; la recuperación de las poblaciones de yacaré en los Esteros del Iberá gracias a su cría en cautiverio con fines económicos.
También aceites esenciales de plantas patagónicas para la industria mundial de perfumes; y mieles del monte chaqueño que podrían convertirse en alimentos funcionales para el mundo. Todos estos productos tienen un denominador común: son productos derivados de la biodiversidad y de a poco están encontrando un espacio en los mercados internacionales.
Deben existir muy pocos países donde encontramos esta rara combinación de fortalezas. Donde podrían desarrollarse alimentos funcionales con cultivos andinos, productos fitoterápicos con las plantas medicinales de la selva misionera o cosméticos con plantas patagónicas. Un auténtico porfolio de productos derivados de la biodiversidad. A ello se suma la posibilidad de agregar atributos como la certificación orgánica de las materias primas, certificación de cumplimiento del Protocolo de Nagoya, y denominación de origen.
Se trata de impulsar un modelo de desarrollo económico que demuestre que economía y biodiversidad pueden caminar de la mano y beneficiarse mutuamente. Un modelo prácticamente único en el mundo. Y ya estamos dando los primeros pasos.
¡Feliz Día Internacional de la Biodiversidad!
Por Cristian Desmarchelier
Clarín