El impacto ambiental entre la ética y la economía

Por: Horacio Fazio

I. El impacto ambiental como problema interdisciplinario

Evaluar el impacto ambiental de obras públicas o privadas tiene diversos alcances que corresponde establecer para una debida comprensión del tema. En primer lugar, cuando hacemos referencia a lo ambiental no nos estamos refiriendo sólo al medio físico (que posibilita la vida en todas sus formas) sino también a los seres vivos, en particular -pero no solo- a los seres humanos y sus relaciones sociales en sentido amplio, emergentes de la vida en comunidad, esto es, relaciones económicas, políticas, culturales, etc. En otras palabras, el ambiente es todo: el medio físico que posibilita la vida y la vida misma. En cambio, cuando hablamos en lengua castellana de medio ambiente (expresión todavía mayoritariamente utilizada), comprobaremos que consciente o inconscientemente nos estamos refiriendo a “algo” diferente o externo a nosotros mismos. En el primer caso -ambiente- partimos de una visión sistémica, global, integral; el medio físico es instrumento pero también fin en sí mismo. En el segundo -medio ambiente- hacemos referencia a una problemática externa, parcial, fragmentada; el medio físico es sólo instrumental. Esto no es una cuestión semántica sino que hace referencia a concepciones diferentes de la problemática en cuestión. Tampoco significa que todo aquél que utiliza el término “ambiente” presupone una posición correcta o apropiada frente a un problema determinado y, por el contrario, quienes hacen referencia al “medio ambiente” tienen posiciones cuestionables. Planteamos la cuestión con la modesta finalidad de que conviene, cuando nos expresamos, evitar ambigüedades o errores de concepción; por ejemplo, “ambiente humano” podría parecernos una expresión casi -por decirlo de alguna manera- progresista y, sin embargo, lleva implícita una concepción homocentrista. El ambiente es humano, animal, vegetal y físico.

En segundo lugar, el referirnos a obras -si bien, de cierta envergadura- públicas o privadas, significa hablar de actos económicos, de economía. Y aquí corresponde aclarar que no se referencia la cuestión a lo que entendemos vulgarmente por economía, esto es, las acciones que relacionan determinados medios (materiales, monetarios, etc.) con determinado fin (normalmente, la maximización del lucro). Si el propósito es evaluar el impacto ambiental de ciertas obras públicas o privadas que previsiblemente afectarán el ambiente circundante se ha generalizado en todos los países el procedimiento de elaboración de una Evaluación de Impacto Ambiental (EIA); en este caso, el objetivo del lucro aparece -o debiera aparecer- en un segundo plano y fuera de la EIA propiamente dicha. Nos interesa analizar en esta oportunidad la EIA en un sentido global y no detallado en sus aspectos técnicos procedimentales. En realidad, si se coincide en la concepción del ambiente antes expuesta, deberíamos evaluar el impacto ambiental de todos -o casi todos- los actos económicos ya que directa o indirectamente los mismos se concretan utilizando medios que modifican el ambiente. La economía en sí misma debiera soportar la prueba de una EIA. Y ello no es una mera expresión potencial de deseos para la vida contemporánea, sino que sería aplicable a la historia de la humanidad y a los efectos ambientales de la búsqueda del sustento humano y de determinado contexto de convivencia en todos los tiempos. Por otra parte, el impacto ambiental del accionar económico humano en el sentido expuesto tiene implicancias éticas tanto en relación a la naturaleza inerte como a los seres vivos y, dentro de estos últimos, a la humanidad, tanto en relación a las actuales generaciones como a las futuras. En realidad, son innumerables las combinaciones relacionales entre naturaleza y seres vivos sobre las cuales pueda aplicarse una lectura ética: ¿Hay un orden de preeminencia entre los seres vivos en relación al uso de la naturaleza? ¿Las futuras generaciones humanas no tienen derecho a ciertas condiciones ambientales? ¿La explotación de la naturaleza se fundamenta de igual manera cuando se trata del sustento humano, o sea de necesidades objetivas de sobrevivencia, que cuando se trata de la satisfacción de fines ilimitados, o sea, deseos subjetivos? Los actos económicos en general, y las obras susceptibles de aplicárseles una EIA, no son neutrales éticamente. Dentro del proceso que constituye una EIA, justamente todos aquellos aspectos relacionados con la evaluación que conlleven juicios de valor tienen que ver de alguna manera con la ética. Evaluación, justamente, no es mera descripción sino más bien valoración, validación.

Lo expuesto nos lleva a concluir en primera instancia que los problemas ambientales en general y, en particular, una EIA no puede abordarse a partir de la aplicación de conocimientos o saberes fragmentados sino que una evaluación para que sea tal, debe simultáneamente aplicar un análisis económico y un análisis ético junto a los efectos en el medio físico. Vemos entonces que este cruce interdisciplinario de los saberes intervinientes en la problemática de la EIA -ambiente, economía y ética- nos proporciona el marco adecuado para introducirnos al estudio del impacto ambiental de la actividad humana.
Nuestro propósito es reflexionar sobre las relaciones entre la economía, el ambiente y la ética. A partir de la relativamente reciente irrupción de la cuestión ambiental en la sociedad contemporánea, trataremos de analizar las implicaciones e interrelaciones ético-económicas del accionar humano. En este marco, aclaremos desde el principio el alcance que le damos a las tres problemáticas implicadas. En economía, nos interesa analizar las motivaciones y los condicionamientos del comportamiento humano en la consecución de las necesidades y deseos. En materia ambiental, haremos hincapié en el carácter finito del mundo natural. Por último, respecto a la ética -reflexión filosófica sobre la moral y las costumbres- corresponde destacar por un lado, la valoración implícita de la naturaleza (paisaje, recursos naturales, aire, seres vivos, etc.) en los actos económicos, y por el otro, el grado de significación que le otorgamos a las futuras generaciones en cuanto a sus derechos a disponer de determinado ambiente, apto para proporcionar los recursos necesarios para una razonable calidad de vida.


II. Economía, ética y ambiente

La cuestión ético-económico-ambiental en la sociedad contemporánea se resume en un sólo interrogante: ¿cómo es posible conciliar un ambiente finito con necesidades humanas que se plantean como ilimitadas? A partir de esta pregunta -y sus posibles respuestas- podremos avanzar en el análisis de las motivaciones y condicionamientos del comportamiento económico –enmarcado en el cumplimiento del imperativo natural del sustento humano- y diferenciar auténticas necesidades vitales de meros deseos circunstanciales, a los efectos de minimizar el impacto ambiental de nuestros actos y optimizar el uso de recursos naturales no renovables y de renovación relativa.

Que el planeta Tierra que habitamos sea finito parecería ser un dato de la realidad que no requeriría mayores explicaciones. Y sin embargo, ante el creciente deterioro ambiental, hay que partir de este obvio dato para tomar conciencia de la magnitud del problema. En realidad, no sólo debemos relacionar un mundo limitado con las necesidades materiales del sustento humano, sino también debemos tomar en cuenta las necesidades del “sustento no humano”, esto es, de todo el espectro biológico: animales y vegetales. En definitiva, la finitud terráquea obliga a garantizar las condiciones materiales de posibilidad de la vida en todas sus formas.

No parecería que exista un argumento razonable que contradiga tal afirmación, a menos que creamos que los seres humanos, o una parte de ellos, en su afán de satisfacer no sólo sus necesidades, sino también cualesquiera de sus deseos, tienen derecho a la explotación de la naturaleza sin límite alguno, y sin tomar en cuenta las necesidades propias del resto de las formas de vida. Incluso en ese caso, que de hecho no se aleja demasiado de la realidad actual en que vivimos, subsisten, entre otras, dos importantes cuestiones que cuestionan tal actitud. En primer lugar, la humanidad como tal, requiere para su propia subsistencia biológica, de un medio físico mínimamente apto para las formas de vida no humanas; además, es materialmente imposible y ambientalmente desastroso –aparte de otras razones, no menos importantes- generalizar el nivel de consumo de recursos naturales y el impacto contaminante de los países del Norte. Como consecuencia de esto último, no se desprende que los países del Sur deban resignar su derecho a alcanzar un nivel de desarrollo razonable para sus poblaciones, sino más bien, que la disminución de la voracidad de unos, sostenga el aumento de recursos disponibles para el sustento humano y una vida digna de los otros.

Tratar el problema del sustento humano es adentrarse en el problema económico (POLANYI). En efecto, ¿de qué trata la economía si no es del sustento humano? La economía, en el sentido más amplio, se ocupa (o debería ocuparse), nada más (ni nada menos) del sustento humano. Ésta, es probable que sea la definición más simple -pero no menos profunda- de la economía. En todo caso, creemos que es la definición más apropiada de la economía desde una perspectiva ambiental, ya que se trata del sustento humano de todos y no de la voracidad humana de algunos. Por otra parte, esta caracterización de la economía, o si se quiere, del problema económico, tiene la enorme ventaja de ser sustantiva y no formal: sustento humano = necesidades humanas. Otra ventaja no menor de la caracterización del problema económico como sustento humano, es justamente su alusión directa a la sustentabilidad: no se trata sólo de -valiéndonos del ambiente y de los recursos naturales disponibles- satisfacer las necesidades vitales de las generaciones presentes, sino también las de las generaciones futuras.

Veamos ahora con más detalle las necesidades humanas. Dos son los aspectos del problema que aquí son relevantes: en qué consisten las necesidades humanas y si tienen o no un límite. Estos dos aspectos están interrelacionados, esto es, tenemos que analizarlos en forma conjunta ya que la caracterización de uno de ellos, implica la del otro.

Si sostenemos que las necesidades humanas son aquellas que mediante su satisfacción y a través del trabajo de la sociedad en su conjunto, proporcionan o garantizan una vida digna para toda la especie humana en los inicios del tercer milenio –proposición razonable y difícilmente cuestionable- nos estamos refiriendo en principio, a las necesidades de alimento, vestimenta, vivienda y servicios básicos, salud, educación básica y esparcimiento. Son necesidades vitales y su satisfacción tiene un límite, por encima del cual, entramos en el subjetivo y discrecional terreno de los deseos (Cf. ARISTÓTELES, Política, Libro I, Cap. 8 y 9). No existen necesidades vitales ilimitadas porque sería un contrasentido; si son necesidades, no pueden ser ilimitadas, ya que se extinguen, se agotan, se limitan , en el acto mismo de su satisfacción.

Lo que sí son ilimitados son los deseos humanos: acceder a una vivienda propia estándar con sus servicios básicos, significa haber satisfecho (limitado) la necesidad de vivienda; una casa de fin de semana o destinada a las vacaciones, son opciones –no necesariamente cuestionables- en una escala subjetiva de deseos que pueden llegar a ser ilimitados, dependiendo ello de lo que normalmente se designa como escala de valores o proyecto de vida. 

En este contexto, resulta razonable sostener que en la interrelación global de necesidades, deseos y recursos finitos, estos últimos deberían ser destinados primariamente a la satisfacción de las necesidades.

Finalmente, debemos tomar en cuenta a los recursos materiales que nos proporciona la naturaleza para nuestro sustento –necesidades vitales- y satisfacer nuestros deseos, esto es, los recursos naturales disponibles, a la vista del estado actual de la naturaleza como consecuencia de su explotación por parte de la humanidad, sobre todo en los últimos 250 años.

Considerar a las fuentes de energía de origen fósil –carbón, gas y petróleo- como recursos no renovables, no merece mayor explicación; lo mismo puede decirse de los recursos minerales en general. Aquí, el argumento de que con nuevas tecnologías en el futuro podremos detectar nuevas reservas o explotar las que hoy resultan antieconómicas, resulta endeble o, en todo caso, de validez acotada en el tiempo: la finitud de los recursos es inmodificable, Debemos mencionar asimismo, que la pérdida de biodiversidad puede equipararse al agotamiento de los recursos no renovables, con la diferencia que se trataría de un hecho de mayor gravedad, si es que admitimos asignarle a la vida –en cualquiera de sus formas- mayor consideración que a la materia inerte. En este caso, el conocimiento científico puede jugar un rol determinante, atento a que en ciertos casos puedan aplicarse en el futuro tecnologías genéticas, hoy en vías de experimentación, para la preservación de especies.

Atención especial nos debe merecer el caso de los recursos naturales que hasta hace pocos años eran considerados en forma indiscutible como renovables: aire, tierra y agua. El aire puro –en contraposición al aire contaminado- dista mucho de ser hoy un recurso renovable. El proceso de desertización hace irrecuperables vastas zonas geográficas, hasta ayer tierras cultivables. El agua potable o de fácil potabilización, probablemente sea el recurso vital más escaso en los próximos años.

De lo antedicho se desprende que considerar en la actualidad a los recursos naturales como renovables, es, en sentido estricto, incorrecto. Hoy por hoy son, o van camino a ser, todos no renovables. 

Por otra parte, el valor intrínseco de los recursos naturales trasciende en alguna medida las fronteras nacionales de los países. Como parte del ambiente planetario se nos presentan como una cuestión global para el conjunto de la humanidad; es un hecho cada vez más reconocido y mucho más lo será en el futuro. Pero esta globalidad ambiental entra en contradicción con la particularidad de las nacionalidades que hoy conviven en el mundo, en particular, las acciones económicas modificatorias del ambiente que se producen en cada país en particular. El carácter global de los problemas ambientales -en particular, la sustentabilidad, y dentro de ésta, el cuidado de los derechos e intereses de las generaciones futuras- es sólo y necesariamente compatible con una toma de conciencia de la humanidad que en este planeta finito somos todos “ciudadanos del mundo”. Por supuesto que hay un mayor grado de responsabilidad de los países (y sectores sociales) con mayor riqueza material y que a su vez son los principales contaminadores y consumidores de recursos naturales. Demás está mencionar, la importancia de transmitir este elemental principio, sobre todo desde los inicios de la escolaridad (NUSSBAUM). 

El tema de la ciudadanía mundial es una cuestión ya planteada por los estoicos. Recientemente, la filósofa norteamericana Martha Nussbaum, ha replanteado el problema desde una perspectiva de mucho interés para todos aquellos preocupados por el ambiente. Concretamente, la autora cuestiona el patriotismo localista de su país (EE.UU), y por extensión de todos los países (y sectores) ricos y, entre otros ejemplos, aborda la cuestión ambiental: «Al aire le traen sin cuidado las fronteras nacionales. Este hecho tan simple puede servir para que los niños aprendan a reconocer que, nos guste o no, vivimos en un mundo en el que los destinos de las naciones están estrechamente relacionados entre sí en cuanto se refiere a las materias primas básicas y a la supervivencia misma…Sea cual fuere la explicación que finalmente adoptemos sobre estas cuestiones, cualquier deliberación que se precie de inteligente sobre ecología (como, también, sobre el abastecimiento de alimentos y la población) requiere una planificación global, un conocimiento global y el reconocimiento de un futuro compartido».


III. Impacto ambiental y Cambio Climático

Decíamos más arriba que la actividad económica toda debiera resistir la prueba de una Evaluación de Impacto Ambiental. Pues bien, una forma certera de hacerlo es adentrarnos en la problemática del Cambio Climático del planeta como producto del accionar económico humano desde mediados del siglo XVIII.

El clima terrestre es el resultado de la interacción de distintas variables consideradas como la temperatura, el nivel de precipitaciones, la presión atmosférica, etc. Dado que al analizar el Cambio Climático (CC) el problema más relevante es el aumento de la temperatura –por eso hablamos de calentamiento global- en la superficie planetaria, se hace necesario explicar cómo se origina en forma natural este proceso en el planeta Tierra en su interacción con el Sol.

Si la Tierra no tuviera atmósfera (nitrógeno, oxígeno, dióxido de carbono, ozono, vapor de agua, etc.) la radiación solar que recibiría se reflejaría en la superficie terrestre y rebotaría hacia el espacio; la temperatura promedio de nuestro planeta sería de -18º; inviable para la vida. Es la atmósfera la que opera como una capa protectora permitiendo traspasar la radiación solar (de onda corta) hacia la superficie terrestre y también reflejar y rebotar hacia el espacio, ya no toda, sino parte de la radiación solar que recibimos como radiación terrestre (de onda larga). En forma simplificada, durante el día terrestre, la mayor parte de la energía solar traspasa la atmósfera -aunque una fracción rebota al espacio- y llega a la superficie planetaria; durante la noche, la mayor parte de la energía solar arribada a la Tierra rebota al espacio, aunque una fracción es retenida por la atmósfera con sus gases de efecto invernadero “natural” que la componen, permitiendo continuar calentando la superficie terrestre durante el período nocturno. Es este mecanismo el que permite que la temperatura media terrestre sea de 15º, lo que posibilita la vida y su evolución tal como la conocemos. Este efecto invernadero “natural” del planeta Tierra, nos diferencia del resto de los planetas del Sistema Solar y de cualquier otro orden.

Por otra parte, el efecto invernadero “natural” se ha visto potenciado en los últimos 2 siglos con la aparición de los gases de efecto invernadero (GEI) originados por la actividad económica, particularmente desde la Revolución Industrial. Allí comienza la utilización masiva de combustibles fósiles como fuente de energía: carbón, petróleo y gas natural. En poco más de 200 años, la humanidad ha consumido la mayor parte de recursos naturales no renovables –fósiles- generados naturalmente en cientos de millones de años. 

La quema de estos recursos naturales no renovables en diferentes actividades humanas como la producción agraria e industrial, el transporte, tratamiento del aire, etc., produce la mayor parte del dióxido de carbono –CO2- que a su vez es el principal componente de los GEI, gases de efecto invernadero “artificial” y que se suma al “natural” antes descrito, conformando un efecto invernadero exacerbado que provoca hoy el calentamiento global del planeta.

La concentración de CO2 en la etapa preindustrial era menos de 300 ppm (partes por millón) y ha tenido un crecimiento sostenido hasta el presente, lo cual ha provocado un aumento de la temperatura media del planeta en cercana a 1º C. La tendencia es francamente creciente y traerá consecuencias que afectarán la vida humana cualesquiera sean las regiones que consideremos. Todos los países contribuyen al cambio CC, tanto en el Norte como en el Sur, aunque no todos lo hacen en igual proporción ni todos se ven afectados con iguales consecuencias.

Desde una perspectiva histórica, el problema ambiental del aumento de los GEI por consumo exponencial de recursos naturales, sobre todo no renovables, eclosiona, como hemos dicho, en el transcurso del siglo XVIII con la Revolución Industrial. La degradación ambiental acaecida y el CC a ella asociada, ha sido independiente de las formas de organización que se han dado los sistemas económicos que han tenido vigencia a partir de entonces, incluyendo todas las variantes del capitalismo y del socialismo o, si se prefiere, todas las economías centralizadas o descentralizadas. Lo que sí se aprecia es que existen sensibles diferencias relativas entre países respecto a cuánto contaminan y, además, ciertos países -Japón, países nórdicos europeos- logran determinados objetivos económicos y sociales con menor costo ambiental en relación a otros países.

La actividad humana desde la Revolución Industrial al presente ha potenciado el fenómeno natural del Efecto Invernadero ocasionando un calentamiento global del planeta producto por el uso intensivo de combustibles fósiles (carbón, petróleo, gas) y el consiguiente aumento de emisión de gases contaminantes de la atmósfera conformando un Efecto Invernadero “artificial” con consecuencias a nivel físico (sequías, inundaciones, aumento del nivel del mar), biológico (pérdida de la biodiversidad, afectación de los ritmos naturales) y socioeconómico (inseguridad alimentaria, migraciones masivas, salud). Corresponde aclarar que cuando nos referimos al proceso de industrialización iniciado en el siglo XVIII que conocemos como Revolución Industrial, no significa que se lo caracterice como un hecho puntual histórico y causal de los efectos climáticos posteriores, sino como un proceso histórico de transformación social sistémica (política, económica, científica, tecnológica) que se inicia en esa época y que llega a nuestros días; con todas sus ventajas y progresos, pero también con sus costos sociales y ambientales, entre estos últimos, el CC es probablemente el principal.

Los cambios civilizatorios que se vienen sucediendo, si bien se mira, es que desde finales del Siglo XVIII conforman en realidad un cambio de era del que no nos apercibimos si no tenemos bien presentes ciertos acontecimientos: hasta hace apenas dos siglos y medio nuestra civilización estaba asentada básicamente en áreas rurales; sólo se conocía una única energía: el fuego; existía una sola energía mecánica: los músculos. (Teilhard de Chardin, «El Fenómeno Humano´´; Taurus, Madrid, 1967, 4ta. edición, cap.3). Esta nueva era civilizatoria por la que aún atravesamos, significa que “estamos acabando de desprendernos de las últimas amarras que nos retenían todavía en el Neolítico” (Ibíd.; parafraseando al prehistoriador francés Henri Breuil).

Es inmenso el progreso humano alcanzado en menos de 3 siglos. Pero ha tenido sus costos planetarios, siendo probablemente el principal el Cambio Climático. Resulta imperativo minimizar el impacto ambiental de la actividad económica sobre todo si tomamos conciencia que las decisiones de corto plazo tienen efecto en el largo o muy largo plazo. En otras palabras, aunque en forma hipotética hoy mismo la humanidad en su conjunto dejase de provocar totalmente por su actividad económica el ya mencionado efecto invernadero “artificial” y al él asociado CC, no se retornaría a un equilibrio atmosférico natural hasta dentro de varias generaciones humanas. 

Sería un error considerar que las soluciones para evitar o disminuir el CC provendrán solo desde el campo científico y/o tecnológico. Nuevamente aquí se presenta la cuestión de que ante un tema ambiental crucial para la humanidad como el que nos ocupa, se hace necesario abordarlo en forma interdisciplinaria. Las tecnologías ahorradoras de energía o las energías alternativas son parte de la solución pero no alcanzan a ser la solución, entre otras cosas, por la magnitud del problema. Un buen comienzo sería reflexionar sobre cuestiones más profundas, tales como el alcance de satisfacer las auténticas necesidades para una vida digna para todos los seres humanos con su consiguiente costo ambiental en términos de la inevitable contaminación provocada de acuerdo al estado actual del conocimiento científico y tecnológico. Más temprano que tarde habrá que diferenciar el costo ambiental (inevitable) de satisfacer dichas necesidades del costo ambiental (evitable) de satisfacer los deseos desmedidos de solo una parte minoritaria de la humanidad.


IV. Alcances y limitaciones de la Evaluación de Impacto Ambiental 

Finalmente, digamos que la Evaluación de Impacto Ambiental ha demostrado sobradamente ser un instrumento válido y probado en todos los países, incluso, más allá de las modalidades de sus respectivos sistemas económicos. Pero es necesario reconocer, en muchos casos, sus limitaciones. En efecto, en el caso de proyectos privados -la mayoría, en el contexto económico mundial actual- es la empresa comitente la que contrata a consultores que elaboran una EIA que luego será presentada por ante el correspondiente organismo gubernamental o ente regulatorio. Y aquí está el problema, más allá de la ética profesional que se presupone tengan los consultores contratados. La relación entre quién paga y quién tiene que proporcionar un servicio puede llegar a crear una relación interesada, no objetiva o influenciable. En la evaluación propiamente dicha, por ejemplo, pueden aparecer muchas “zonas grises” o al considerar determinados supuestos para ciertas variables de riesgo futuro pueden llegar a aplicarse discutibles criterios de discrecionalidad. Todos sabemos de qué estamos hablando y justamente estas circunstancias reflejan las limitaciones de la EIA como instrumento válido para prever, advertir o mitigar efectos ambientales no deseados por la comunidad y, se supone, por el gobierno respectivo. Para ser más concretos, tomemos por ejemplo los dos últimos desastres ambientales a nivel mundial: la explosión de la plataforma petrolera de British Petroleum en el Golfo de México y el colapso de la central nuclear Fukushima de Japón.

De acuerdo con el análisis sobre el impacto ambiental de la plataforma enviado por BP al gobierno de EEUU en 2009, la petrolera aseguraba que un accidente que pudiera dañar el litoral, las costas y la fauna de los estados del Golfo de México era «muy poco probable o imposible». El documento señalaba que, aunque un hipotético vertido podría causar daños leves, «la distancia de la plataforma en la costa (77 kilómetros) y los mecanismos de respuesta aseguran que no habrá impactos significativos» (www.ecoticias.com) ¿Cómo se fundamenta el grado de probabilidad o imposibilidad? ¿Cuáles fueron los argumentos para asegurar que ante un “hipotético vertido” los efectos no llegarían a la costa?
Respecto a la Central Nuclear de Fukushima el interrogante que surge es muy simple: a sabiendas que el territorio de Japón tiene uno de los riesgos sismológicos más altos del mundo ¿Cómo se definió la resistencia de la Central a determinado nivel de la escala sismológica al momento de su construcción? ¿Se llegó a comparar el mayor costo de construcción para asegurar la máxima protección posible con el costo económico y humano de un sismo tal como el acontecido?

La única forma de evitar los inconvenientes planteados probablemente sea cambiar la relación de pago por contraprestación de servicios existente entre comitente -generalmente una empresa privada con intereses que puedan no coincidir con los de la comunidad- y consultor ambiental. Sería factible implementar, o por lo menos discutir de la forma más amplia posible, una secuencia de acciones como la que consignamos seguidamente:

  1. Una empresa privada decide implementar un proyecto con impacto ambiental y acuerda con el ente gubernamental responsable el costo de la evaluación de dicho impacto.
  2. Dicha empresa, al igual que todas las empresas en igual situación, depositan por ante el ente gubernamental la suma correspondiente al costo de la EIA a realizar.
  3. El ente gubernamental llama a concurso público nacional o internacional de consultores de EIA y procede a la selección.
  4. Dicho ente –en defensa de los intereses de la comunidad- es el que en definitiva paga al consultor quien estará obligado a presentar un estudio objetivo de EIA según el estado actual de conocimiento, siendo responsable de sus consecuencias a futuro por imprevisiones que razonablemente debieran haberse tomado en cuenta.
    No es un tema sencillo pero sí relevante y requiere una amplia discusión de todos los estamentos de la sociedad interesados en tan importante cuestión (legisladores, entes públicos y privados, Ong’s, asociaciones de profesionales, consultores, etc.)

Bibliografía

  • BUNGE Mario (1982), “Economía y Filosofía”; Tecnos, Madrid.
  • FAZIO Horacio (2005), “Racionalidad económica y ambiente: medios, fines y tiempo”; Tesis de doctorado, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires; inédita (próxima publicación por EUDEBA bajo el título de “Economía, Ética y Ambiente”).
  • FAZIO Horacio (2010), “Desafíos del siglo XXI: El Cambio Climático y sus consecuencias en las condiciones de vida”, en “Crisis, Transformación y Crecimiento”, Daniel Filmus (Coordinador); EUDEBA.
  • NUSSBAUM Martha C. (1999), «Los límites del patriotismo», Paidós, Barcelona; [1996, Beacon Press, Boston].
  • POLANYI Karl (1994), “El sustento del hombre”; Mondadori, Barcelona; [1977], 1994.

Fuente: Gestiopolis

 

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