Contaminación visual: el exceso de carteles lumínicos contribuye al estrés
Los nuevos carteles LED azules, con nombres de calles, que cuelgan en medio de las principales avenidas de la ciudad, ya despertaron una serie de cuestionamientos entre los expertos en medio ambiente. Los consideran otro elemento más, dentro del mobiliario urbano, que provoca contaminación visual. Es que a los semáforos y diferentes tipos de luminarias (clásicas y modernas) que pueblan la vía pública hay que sumarles últimamente banderines amarillos, los anuncios/propaganda del gobierno, también amarillos, en innumerables obras públicas, las luces de los refugios de Metrobus, las gigantografías y la permanente y desordenada aparición de avisos lumínicos publicitarios durante la noche.
Mientras que para el gobierno porteño las recientes señalizaciones son sustentables y necesarias para ordenar el tránsito, para los ecologistas el exceso de cartelería va en desmedro del paisaje urbano y es confuso. Este hecho se traduce en el alto nivel de estrés y agresividad de sus habitantes, afirman.
Buenos Aires es considerada la cuarta urbe entre las de mayor contaminación sonora del mundo. Y ahora, a la polución provocada por diferentes ruidos se suma otro tipo de contaminación: la visual. Según los especialistas, en estos momentos tenemos un «muy alto grado de polución visual».
Sin embargo, el Ministerio de Ambiente y Espacio Público explicó que los nomencladores se colocaron «en sintonía con otras ciudades del mundo, como Miami». Sostienen que son de bajo consumo y que buscan mejorar la legibilidad de día y de noche, incluso en condiciones climáticas desfavorables. Se trata de 81 pescantes azul brillante colocados en febrero de este año. Hasta el momento, se exhiben 20 en la avenida Corrientes, 21 en Entre Ríos y Callao, 19 en Córdoba, cinco en Boedo y 16 en Libertador. El plan de gobierno porteño es avanzar y renovar los carteles de las calles de toda la ciudad incluyendo las villas 20 y 31-31 bis.
«Hay que ponerse de acuerdo y pensar a qué ciudad queremos parecernos, si a París o a Miami. Pero no podemos pretender ser París y tapar el cielo y los edificios que tienen valor patrimonial con carteles LED», dijo Claudio Ardohain, investigador en geobiología, ciencia encargada de estudiar la influencia del medio ambiente sobre los seres vivientes.
Según Ardohain, la nueva señalética provoca contaminación perceptual y lumínica. La primera se debe a un exceso de información provocado por los innumerables letreros ubicados en la vía pública. En ese sentido, para el desarrollador Julio Torcello, los pescantes son exagerados, «informan en forma negativa, pretenden comunicar bien pero descalifican al ciudadano pensando que tiene poca capacidad de información, que no puede mirar, observar y evaluar por sí mismo».
Por otro lado, los LED provocan contaminación lumínica, que es la que corresponde a la alteración de los ritmos biológicos. «A nivel sociológico, si vivo en zonas con sobrecarga perceptual y lumínica, probablemente tenga trastornos de conducta. Cuando conviven estilos arquitectónicos mezclados con un popurrí de anuncios de diferentes colores y luces encendidas toda la noche, el cerebro trata de asociar una cosa con la otra. Esto se hace imposible y el lugar en el que habita se transforma en estresante. De ahí que ésta sea una de las ciudades del mundo en las que más ansiolíticos se consumen», advirtió Ardohain.
Además en Buenos Aires, durante la noche, es muy difícil observar las estrellas, especialmente en algunas esquinas, como avenida Cabildo y Juramento o 9 de Julio y Corrientes. «Cuando se pone el sol, el ser humano descansa. Se deben apagar las luminarias. Si vivo en algunas de esas esquinas, de noche no puedo dormir», añadió.
En realidad, al referirnos a esta problemática hay que partir de un concepto más amplio, que es el de protección del paisaje urbano, aclaró Antonio Elio Brailovsky, investigador del Observatorio Ambiental de la Defensoría del Pueblo.
Paisaje proviene del francés pays, que significa campo, país, y el sufijo «aje», que denota la acción por lo que el hombre crea su entorno. En el caso de los flamantes letreros, son elementos que interfieren en el paisaje. Brailovsky, que en su momento presentó un amparo ante la Justicia para remover los carteles de publicidad de la avenida Lugones, dijo que las intervenciones deben, ante todo, crear «un ambiente relajado».
Las imágenes que invaden calles y autopistas no sólo pueden provocar accidentes viales, ya que distraen al conductor, sino que también causan estrés urbano y nos transforman en «habitantes histéricos, tensos y violentos», advirtió.
El Ministerio de Ambiente y Espacio Público de la Ciudad no respondió las consultas efectuadas por LA NACION sobre los cuestionamientos a los pescantes. Tampoco informó respecto de cuál es el monto total que invierte la Ciudad en la renovación del mobiliario urbano.
Lo cierto es que los resplandecientes indicadores azules se agregan a los esfuerzos que realiza desde hace años el gobierno porteño por mejorar los nomencladores urbanos. En 2012, durante la gestión del entonces ministro de Espacio Público Diego Santilli se colocaron 12.000 carteles negros con los nombres de calles junto a la comuna a la que corresponden. Según estimaciones, a un valor actualizado tendrían un costo aproximado de $ 4000 cada uno, o sea casi $ 48 millones.
En 2014, los anteriores carteles se reemplazaron por nomencladores de aluminio negro con pintura «ojo de gato» y se agregaron pescantes, también negros, en los semáforos. En total se renovaron 13.500, a un valor actualizado de aproximadamente $ 5000 cada uno, es decir $ 67,5 millones. Este año, la inversión en indicadores LED azules demandó $ 1,6 millones, sumaron 81 carteles con un valor de $ 20.000 cada uno, informó el gobierno de la ciudad a través de su sitio web.
En la década del 70, se creó el Plan Visual de Buenos Aires, el primer diseño integral de señalética urbana de la ciudad. Se procuró establecer un sistema coherente de información capaz de «guiar al habitante hasta su destino sin preguntar nada a nadie». Pero, con el correr de los años, su aplicación se tornó inconsistente. Sin embargo, no existió ningún proyecto integral similar que lo reemplazara. En la actualidad, en los diferentes barrios conviven nomencladores de calles de distintas épocas, colores y materiales. Quienes transitan por la ciudad los observan, intentan comprenderlos, pero terminan por preguntar o por utilizar el GPS para llegar a destino.
La Nación